Aprender a ser hombre: masculinidad en la infancia

Creativa
3 min readJun 26, 2022

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En este artículo te explicamos en qué consiste la socialización de género, cuáles son los espacios donde se produce y, por supuesto, sus “reglas”.

Ser hombre, comportarse como hombre, hacer tareas de hombre, se aprende desde la más temprana infancia.

De hecho, la construcción del género masculino comienza desde la noticia del embarazo, cuando se desatan las expectativas, las preferencias, ciertos imaginarios…

Y se consolida luego con la identificación del sexo, cuando la logística del nuevo miembro de la familia adquiere color azul, dibujos superpoderosos…

Entonces, ¿qué aprende el niño sobre ser hombre? ¿Dónde lo aprende? ¿Quién se lo enseña? Estas interrogantes tienen una respuesta común: socialización de género.

¿Qué es la socialización de género?

Así se nombra el proceso de aprender a ser de una cierta manera, a partir del contexto social, histórico y cultural, y que continúa durante toda la vida.

Es decir, el proceso de conocer y aceptar las normas y valores sociales que rigen nuestra interacción con otras personas y nuestros roles, mediante nuestras experiencias de aprendizajes y los espacios donde se desarrollan.

Los espacios de socialización de género más importantes son la familia, la escuela, la comunidad, las redes de amistades, el trabajo, las iglesias, los medios de comunicación y las redes sociales.

Los aprendizajes

En la familia, el espacio de socialización de género por excelencia, es donde primero se refuerzan los mandatos de las masculinidades.

Predomina un modelo de masculinidad hegemónica, de ahí que los niños reciben mensajes que resaltan su fortaleza y valor, y se les induce a defenderse y resolver los conflictos mediante la violencia física, verbal…

La calle y los patios escolares son habitualmente sus espacios de recreo; espadas, armas de fuego, carritos, videojuegos con contenidos violentos… sus juguetes.

Mientras, simbólicamente, se les asocia al ámbito público, apenas se involucran en el ámbito doméstico. No se les enseña la relevancia del cuidado de sí mismo y de otros, ni de los afectos.

En su lugar, se les inculca la idea de que las mujeres son las encargadas de atenderlos, en tanto ellos se dedican a un trabajo que sí vale.

En general, el sexismo y la homofobia influyen en la formulación normativa sobre “ser hombre”.

Así, los niños rechazan rasgos que denotan feminidad (cuidar de otros, ejecutar tareas domésticas, sostener relaciones de respeto y amistad con las niñas, demostrar afecto y emociones), porque implican debilidad y provocan el ridículo o la represión abierta.

Ello limita sus posibilidades de ser hombres diferentes al modelo hegemónico y de vivir experiencias enriquecedoras, como el juego de la paternidad responsable, por ejemplo.

No obstante, el molde no es indestructible. Al interior de la familia, de la escuela, la comunidad… se pueden generar cambios que fomenten relaciones igualitarias y respetuosas.

Predicar desde mejores ejemplos, como una masculinidad cuidadora, afectiva y no violenta, puede ser el primer paso.

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El doble filo de la masculinidad hegemónica

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